POR TI QUIZÁ ESTA NOCHE NO DUERMA...

Así es, quizá esta noche no duerma.
Quizá esta noche no me sea suficiente para entenderme
y mucho menos para tratar de entender la debilidad de las personas,
el famoso "talón de Aquiles".
No lo haré, al menos no esta noche.
Sólo trataré de desdibujar esa debilidad que vi llegar
desde una puerta que daba al poniente,
con maderos y cristales,
-aunque suene estúpido-
bajo el sol de Toscana
(me sentía dentro de un cuadro italiano,
increíblemente presente).


Quizá no sea para tanto.
Aunque sí lo es para mí.
Mi debilidad,
la he descubierto
.


Era casi las 11 de la mañana de un viernes de mayo, uno de los últimos tibios que quedan en el año y de los primeros fríos de la temporada, en el cual a la hora de recreo ya no se me antojaba una botella de agua helada para refrescarme sino un par de cigarros si no eran tres.

Para variar, mi maletín era un desastre por lo tumultoso y agetreado del día. Correr de un aula a otra puede llegar a incomodarme tanto como llenarme de adrenalina, en fin...

Mientras en el patio, cerca del murito frontal, los chicos y chicas relajaban sus espaldas y vivía en plenitud su adolescencia contemplando sus rostros y hablando de nada, yo intentaba poner un poco de orden a mis cosas.
En ese momento, sin quitar las manos de mis papeles, levanté la mirada y giré mi rostro hacia la izquierda, y la vi. No sé que vi, pero la vi. Hasta ahora no puedo diferenciar qué vi en esos ojos pero sé que vi lo que necesitaba ver, lo que quería ella que viera. A lo mejor ni siquiera era una mirada sino una súplica y yo no pude más que sólo ver. Confieso: me intimidó enormemente.

He pensado que por mi edad puedo llegar a tener un poco más de empatía con algunos alumnos que otros profesores, en especial con las chicas. Pues a esa edad (5° de secundaria) tienden a experimentar con el sexo opuesto. ¿Qué tipo de experimentación? Simplemente reacciones, respuestas a sus estímulos por más minúsculos que a uno le parezcan.

No lo sé, eso que vi no fue -a mi juicio- ordinario.

Ella venía desde el patio central, ese que se usa los lunes para cantar muy mal el Himno Nacional. Avanzaba lentamente, con sigilo y frialdad en sus pasos. Se ubicó bajo el umbral de la puerta. Tomó una silla que algún despistado dejó y continuó caminando. Fue en ese momento cuando identifiqué qué había sentenciado su mirada, sus pisadas y su cadencia. Venía hacia mí.

¿Y qué tiene de extraordinario que una alumna coja una silla y venga hacia ti? Nada, evidentemente. Nada. Simple y sencillamente no me tragué esa respuesta, sentí que la escena guardaba algo más para mí. O a lo mejor no, no lo sé.

Para ese momento ya había identificado quién era. ¿Quién era? No lo sé. Sólo sé que sabía que era ella. Su nombre es lo de menos, tanto así que ni con un anecdotario en la mano soy capaz de recordarla, sin embargo esa imagen mental de ella ejecutandome con su pasividad no se ha borrado de mi cabeza.

Avanzó hacia donde estaba yo y regresé la mirada a mi maletín. No sé. Quizá fue intimidación o quería esperar que ella llamara mi atención de forma directa y no por lo imponente de su persona en ese momento.

Dejó la silla justo donde calculé que la dejaría.

Es ahí donde mi mente me juega una mala pasada, aunque a lo mejor no tenga mayor importancia. No recuerdo bien si se sentó y habló o si habló y luego se sentó. ¿Cambiaría en algo la historia? Creo que no mucho, es simple exquisitez mía.

Finalmente prestaba más atención al movimiento de su sus manos recogiéndose el cabello que al orden de mis documentos. Sentada ya, acomodó sus manos junto a su mentón. Ahora que caigo en cuenta no recuerdo haber visto inmutarse por algo a aquella jovencita, su rostro era impasible, casi parca me aventuraría a exagerar.

Todo se había consumado. Quizá yo esperaba alguna pregunta para la cual mi pseudo preparación pedagógica ya había ensayado una respuesta, sin embargo ella dijo algo que nunca pensé escuchar de labios tan inocuos como los suyos.

A lo mejor si lo pensé, pero bueno, lo dijo.

Eran ya las 11 de la mañana, una eternidad desde el comienzo del relato y apenas unos minutos de realidad. Ese viernes fue uno de los más fríos del mes. Salí del colegio en busca de un cigarro. Lo conseguí y caminé sin rumbo hasta despejar mi mente entre el humo y el vapor de mi aliento.

Ese día, que estoy seguro no olvidaré -al menos por ahora-, fue el día en que me atemorizó, es más, me horrorizó la pregunta: ¿por qué quisiste ser profesor?



No encontré mejor forma de decir "bienvenida, otra vez, pluma".

5 comentarios:

Unknown dijo...

elegiste la mejor forma.... tu técnica es inanata al escribir... y, como siempre te lo he dicho, tu prosa es más llevadera al público general que tus versos, que son para un grupo más selecto... Ale

Anónimo dijo...

La pregunta es: ¿Y qué hay de malo en que te bese una alumna? (Me refiero a la literatura misma, y con atrevimiento, a la realidad misma).

Que el ser conservador en algunas cosas -el profesor es un ejemplo desde su sola mención- no limite lo que escribes.

Por otra parte, la mirada de una alumna -de ESA alumna, sí inquieta infinatamente.

Saludos, señor.

Atte.
Jesús Jara G.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
José dijo...

tienes razón: dónde está lo importante?...

Estefanía dijo...

Que hay de malo...? (sobre el comentario anterior) Imagino que la cuestión de la edad, la ética profesional y la confianza que debe inspirar el profesor son razones suficientes, o me equivoco?...mmmmm...no pecaré de moralista...no diré nada...

Y ESA pregunta...pues si...creo que es algo que siempre ronda en nuestra cabeza...pero definitivamente es más fácil oir la voz de nuestra conciencia en labios de otros...

Un abrazo nieto mio ♥